EL BÚHO, MATAR...PLACER DE LOS DIOSES

CAPÍTULO 2
Navegando hacia España, 1857

Imanol apenas recordaba a su madre. Un rostro difuso, perdido en los recuerdos de su infancia, una gruesa trenza rojiza que le hacía cosquillas en la naríz y unos besos tiernos con aroma a castañas. Talibah, su muy querida nana, le había contado que las castañas era el postre preferido de su madre. Ella solia preparárselas asadas o hervidas con granos de anís.
El recuerdo de su madre estaba asociado con rosas, rosas pálidas y de una fragancia embrigadora y... repugnante. Imanol odiaba las rosas porque significaban muerte y desolación. Desolación que experimentó la tarde que entró corriendo al dormitorio de su madre para conocer a su hermanita recién nacida.
_ ¡Mamita, mamita!, mira lo que te he traído_ pero su madre no le respondió con una sonrisa y estirando los brazos invitándolo a acurrucarse contra su pecho, sino permaneció en silencio con los ojos de un verde luminoso, entreabiertos. Su cuerpo, frío y tieso, enjoyado con rosas, decenas de rosas...
_ ¡Silencio Imanol! Tu madre ha muerto _ el Marqués reprendió al inocente niño, de apenas cuatro años, descargando en él toda su rabia y dolor.
Imanol huyó de la habitación. El trozo de pastel de manzana quedó aplastado sobre la alfombra que se extendía junto a la cama de su madre.
Talibah lo encontró a la medianoche llorando y temblando detrás del cortinado del gran salón.
_ Mi dulce niño, no tengas miedo, tu mamita siempre estará contigo, será tu ángel de la Guarda. Además me tienes a mí. Nunca te abandonaré, se lo prometí a tu madre.
¿Por qué pensaba en su madre justo en ese momento? Quizá porque necesitaba un ancla para poder comenzar nuevamente. Físicamente era un fantasma, pero el amor que irradió sobre él permaneció sepultado en su corazón, resucitando en las situaciones límites que le tocaba vivir. El amor de su madre lo había mantenido vivo a pesar de la oscuridad, dueña de su alma, que lo atraía y seducía.
Talibah era su otro sostén, la fiel sirvienta nunca cuestionó ni su sexualidad ni su insaciable sed de conocimientos ni los métodos para lograrlos. Ella lo comprendía y estimulaba.
Su madre estaba muerta, pero Talibah no; seguramente lo aceptaría con los brazos abiertos. Sí, ella no lo juzgaría como el necio de su padre y la sociedad pacata en la que le había tocado nacer. ¡Maldición!
¡Ah!, sin embargo su padre también estaba muerto. Dios por fin había hecho justicia y él, el nuevo Marqués de Nájera era libre. Incluso la Inquisición, sombra maligna que lo persiguió por años para cobrarse la muerte de su primer amante,  ya no existía.
En julio de 1845, durante la regencia de María Cristina de Borbón, se aprobó el de decreto cuya disposición primera decía: "Se declara suprimido definitivamente el Tribunal de la Inquisisción".
Una sonrisa maquiavélica fue dibujándose en el rostro de Imanol, recio y atractivo; el gusto amargo de la Inquisición se combinó magistralmente con la dulzura de los labios de José María, sobrino del Obispo de la Iglesia de La Santa Cruz.
"Sí que la pasamos bien Josema. Y cuanto disfruté matarte, engendro codicioso. Preferiste las riquezas de tu tío a mi amor. Antepusiste tu tranquilidad y seguridad a correr los riesgos que suponía una relación tabú. Y por eso recibiste tu merecido. La cicuta fue mi mejor aliada".
Una brisa fría lo obligó a alzar el cuello de su gabán. El otoño europeo se anunciaba dejando atrás el clima tórrido de América.
Apoyado en la baranda del paquebote "Great Britain", transatlántico inglés que atracó en el puerto de Buenos Aires quince días antes de su precipitada partida, sintió que el suave vaivén de las aguas lo adormecía, una sensación sumamente placentera.
Atrás quedó la súbita huida, la feroz persecusión del hombre que amó, las muertes, las violaciones...
Su conciencia no le reclamaba, no lo censuraba. Todo su proceder fue en aras de la ciencia y de paso, claro está, en aras de su propia diversión. Bien merecido se lo tenía. ¿Qué mal hacía en asesinar a esos pequeños golfos si no eran más que futuros delincuentes? Ninguno, todo lo contrario, le hacía un bien a la sociedad. Eso sí, una sociedad injusta que condenaba sus actos por considerarlos aberrantes. Hombres ignorantes que sólo veían su propio ombligo sin apreciar su labor científica, sus increíbles investigaciones que salvarían cientos de vidas.
Claro que para eso debía diseccionar cuerpos humanos para conocer los secretos que encerraban y esos niños desamparados constituían su mejor opción. Nadie los reclamaría. Además comprobó que calmar sus deseos libidinosos con ellos antes de ejecutarlos, clarificaba su mente y agudizaba su coeficiente intelectual acelerando los razonamientos y conclusiones. Todo en favor de la ciencia.
Un grupo de pasajeros pasó junto a él. Escuchó a una mujer llamando a su acompañante: "Rafael".
Imanol abrió los ojos y los fijó en la inmensidad que lo rodeaba. El mar estaba en calma, pero no su espíritu. Esa tonta mujer al pronunciar aquel nombre, maldito y amado a la vez, quebró como una rama seca la paz que experimentaba.
Rafael...Imanol lo amó con intensidad aunque él nunca le correspondió.
"Por él maté a mi hermana, siempre interponiéndose entre nosotros; una mujer hueca que basó todas sus artimañas de seducción únicamente en su belleza. La muy tonta pensó que un hombre de la valía de Rafael se rebajaría a poner sus ojos en ella. ¡Vaya tamaño despropósito!".
Lo cierto es que Rafael amaba profundamente a su esposa y sólo aceptaba la amistad de Imanol y de Amelia. Y cuando comprendió la obsesión de los hermanos se alejó de ellos.
Imanol, fuera de sí por el rechazo, raptó al hijo de Rafael para descargar en el pequeño toda su furia. Sin embargo no pudo realizar su venganza porque el niño escapó de sus garras y de una muerte segura.
Imanol al verse acorralado, no sólo por Rafael sino también por la justicia porteña que lo sindicaba como "El Búho", violador y asesino de niños, se embarcó hacia España. Su estadía en América terminó de forma abrupta y ahora, en España junto a Talibah, encontraría el solaz que reclamaba su alma.
"Talibah", repitió en voz baja mientras abandonaba  su paseo por cubierta y se dirigía a su camarote. "Ella me ayudará a encontrar el equilibrio", decidió más tranquilo, "Rafael pertenece al pasado. Es mejor que lo entierre y me abra al sortilegio que me ofrece el futuro. Tengo muchos proyectos y los cumpliré uno a uno".
 El camarote, sin ventanas y diseñado para maximizar el número de pasajeros en lugar de priorizar la comodidad, lo ahogó. Frustrado cerró la puerta con fastidio, estaba muy cansado para discutir nuevamente con el Capitán, quien se negaba a cambiarlo de alojamiento aduciendo que estaban abarrotados.
Con un movimiento rápido se quitó las botas y arrojó el gabán sobre una silla tapizada en un exquisito terciopelo azul oscuro. Se aflojó el lazo de la corbata y suspiró fatigado. Recordar lo sucedido en América lo había aniquilado.
Decidió cambiar el curso de sus pensamientos para aquietar su espíritu y poder conciliar el sueño. La quietud de las aguas lo ayudaría.
Se tiró sobre la estrecha cama y cerró los ojos. Entonces recordó la cena que había tenido lugar antes de su paseo por cubierta. La comida, excelente; sobre todo el vino francés de la zona de Fontainbleu que se sirvió generosamente. Si era verdad el dicho de Lorenzo de Medici, que el vino era una panacea para todos los males, él pronto estaría curado.
Imanol, poco a poco fue cayendo en las profundidades del sueño. Vio a Talibah delante de un altar, una vela blanca encendida. La mujer tomó un velo por los extremos y miró a través de él. La escuchó decir: "Luz del desierto que alumbras y quemas, despeja de amenazas y penas la ruta de mi niño". Luego, Talibah se colocó cerca de una de las ventanas de la torre del palacio y sacudió con vitalidad el mismo velo pronunciando: "Viento que soplas con fuerza, aleja de mi niño los genios malévolos que buscan su destrucción". Entonces, el rostro de Talibah se le acercó tanto que su tibia respiración le golpeó las mejillas. "Sea este velo tu divina protección", le susurró al oído.
El sueño se profundizó aún más y todo se volvió rojo como aquel delicioso vino de Fontainbleu, el vino que siempre compartía con su adorado Jean...



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