EL BÚHO, MATAR...PLACER DE LOS DIOSES

CAPÍTULO 1

Reino de Nájera, España, 1824
El comienzo

La noche, cálida y estrellada, sumergió a la mujer en un estado de ensoñación que relajó la inquietud que le provocaba su avanzado estado de gravidez.
Cerca de la ventana de su dormitorio y sentada cómodamente en una mecedora, observaba el extenso jardín que rodeaba el palacio.
El aroma adamascado que fluía a través de las blancas cortinas de satén la hizo suspirar. Matilda cerró los ojos y mientras acariciaba su prominente vientre, elevó una plegaria al Cielo : "Que sea sano".
Un pensamiento repentino ensombreció la placidez que experimentaba en ese momento. Un recuerdo oscuro. Su madre dio a luz cuatro veces, tres niños nacieron muertos. ¿Y si a ella le sucedía lo mismo?
"No lo permitas Señor, te lo ruego", exclamó sin darse cuenta que lo hacía en voz alta.
Las dolorosas palabras alertaron a Talibah, la fiel sirvienta, siempre atenta a las necesidades de su señora. Las demás criadas de palacio la envidiaban y temían a la vez. Talibah era originaria de Egipto y si bien rondaba la cuarentena, su piel aceitunada y sus enormes ojos oscuros sumado a su andar cadencioso, despertaba los celos de las mujeres y la admiración de hombres que estaban al servicio del Marqués.
Su personalidad enigmática, sus conocimientos en hierbas medicinales y su profunda sabiduría fueron las cualidades que atrajeron a la madre de Matilda cuando la conoció en uno de sus viajes al país de los faraones. Talibah era esclava en la casa en donde se hospedaban. Fue allí donde la mujer parió a Matilda, un parto adelantado. Gracias a la intervención de la egipcia, la niña vivió. Desde ese momento nunca se separó de ella, al igual que su hija.
_ Mi señora, ¿qué sucede? _ corrió hacia ella sujetándole con delicadeza las manos.
_ Tengo mucho miedo Talibah _ comenzó a llorar desconsolada.
_ Pero...¿por qué, mi querida niña? _ con suavidad la condujo hasta la cama y la obligó a recostarse. Acomodó los almohadones para que Matilda apoyara la cabeza. Una cascada de hebras rojizas se derramó sobre la seda de las almohadas._ ¿Mi hijito? _ el llanto le impedía hablar.
_ Nada le sucederá, tranquila, yo estoy a su lado _ con inmenso cariño Talibah le enjugó las lágrimas. Los ojos de un verde intenso no se apartaban del rostro de su criada. "Sólo ella tiene el poder de serenar mi espíritu", pensó la joven.
_ Si el señor Marqués la escucha llorar me volverá loca con indicaciones. Él no quiere verla triste y mucho menos, preocupada por ese retoño perezoso _ continuó la egipcia mientras sus manos diestras recorrían el abdomen de Matilda con masajes lentos y circulares. El aceite esencial de almendras relajó la tensión haciéndola suspirar.
_ Es verdad que es un perezoso, ya debería haber nacido según los cálculos del doctor Medina. ¿Por qué el atraso, Talibah? No veo el momento de tenerlo en mis brazos_ volvió a suspirar cuando los masajes se intensificaron, ahora, en la zona inferior de su espalda suavizando un dolor agudo que hacía unas horas la molestaba.
_ El atraso en la fecha de nacimiento es normal en las madres primerizas. Debe ser paciente, mi niña _ talibah la sosegó, su ama debía descansar, el alumbramiento era inminente.
Al concluir con los masajes, la arropó y la obligó a tomar una infusión de verbena.
_ Beba esto mi niña, la ayudará a distenderse.
Matilda, sin protestar, obedeció a pesar de su falta de sed. Luego, se recostó sobre la pila de almohadas que había acomodado Talibah y cerró los ojos.
_ Quédate conmigo _ le pidió con un hilo de voz. Talibah sonrió y le tomó la mano, una mano pequeña de piel suave y uñas rosadas.
Amanecía cuando un grito de dolor sobresaltó a la sirvienta que dormitaba tumbada en una silla junto a la cama de su ama.
_ ¿Comenzaron las contracciones? _ fue una afirmación más que una pregunta.
Matilda asintió con la cabeza. Una espada le atravesaba el vientre, apenas podía respirar.
_ El trabajo de parto ha comenzado, mi niña. Debe relajarse y respirar como le enseñé, así será menos doloroso. Así, así, muy bien _ la alentó y cuando la contracción cedió corrió en busca del Marqués. Debía comunicarle la novedad, él también estaba ansioso.
_ Dile a Octavio que vaya en busca del doctor. ¡No, no!, mejor voy yo mismo, no confío en ese negro holgazán. Tú ve con Matilda, rápido Talibah, corre _  el Marqués la empujó al mismo tiempo que él se dirigía presuroso a los establos por su caballo.
Las horas pasaron lentamente no así el dolor que parecía quebrar en dos el frágil cuerpo de Matilda. Las contracciones eran cada vez más fuertes y más seguidas.
Ni el doctor Medina ni el Marqués aparecieron, de modo que Talibah tuvo que hacerse cargo de la situación. Si bien estaba preocupada por la tardanza del marido de su niña, se alegró por la ausencia del médico. No lo soportaba, tan remilgado y soberbio. Sin él todo marcharía mejor.
_ ¡Talibah! Por favor, haz algo para que este dolor acabe. No lo resisto. Prefiero morir...
_ Calle mi niña, no diga eso. Debe ser fuerte, su hijito asoma a la vida. ¡Puje!, ¡puje!...otra vez..así, ¡sí!, ya veo la cabecita _ la alentó. Una nueva contracción y el heredero del marquesado de Nájera, lloró a todo pulmón.
_ ¡Nació y es un varón! Un precioso varoncito _ sin lavarlo y después de cortar el cordón umbilical, Talibah lo acercó a la madre y se lo colocó sobre el pecho. "Para que sienta su calor, para que conozca su olor", le dijo con dulzura.
Matilda abrazó al pequeño, sus lágrimas bañaron la cabecita aún ensangrentada.
"Pedacito de mi corazón", dijo mientras lo besaba con delicadeza. Luego se lo entregó a Talibah para que lo bañara.
_ El agua está tibia, ¿verdad?. No se te ocurra bañarlo con agua fría Talibah. Quiero que mi niñito sea tan alto e imponente como su padre.
"¿Cómo es posible que mi ama crea en semejante superchería?", pensó Talibah riéndose de la convicción que sostenía que si se bañaba al recién nacido con agua fría dejaría de crecer en ese mismo momento.
Al término del baño, la mujer untó el cuerpecito con aceite esencial de jazmín y lo envolvió en una manta de suave algodón, pero antes de devolvérselo a Matilda se asomó a la ventana husmeando algún indicio del Marqués. Nada.
Perpleja por la tardanza y ensimismada en sus conjeturas, se perturbó al escuchar un agudo ulular.
Aguzó la vista y entre las ramas del aliso negro que se extendían hasta casi tocar la ventana del dormitorio, divisó un enorme búho blanco.
Instintivamente le dio la espalda ocultando al pequeño de su maligna presencia.
_ ¿Sucede algo, Talibah? Te has puesto blanca como el papel _ Matilda, que era de carácter asustadizo, intentó levantarse. Quería constatar por ella misma que había visto su sirvienta por la ventana.
_ ¿Qué intenta mi niña? _  Talibah se apresuró a detenerla _ Ni se le ocurra abandonar la cama. Debe reposar por su bien y el de esta hermosa criatura. Y quédese tranquila que nada me pasa, estoy un poco cansada, nada más.  Ahora le pondré a su pequeñín al pecho para que se alimente.
_ Gracias Talibah, ¿qué sería de mí sin tu ayuda, sin tu cariñosa compañía? Ya ves, Arturo siempre desaparece cuando más lo necesito. Ni siquiera ha venido a conocer a su hijo _ Matilda, se esforzó por contener el llanto, pero no lo logró.
_ No diga eso mi niña, su Excelencia en persona fue a buscar al doctor. No confió en nadie para esa encomienda _ trató de calmarla sin exponer sus temores. "Algo malo le habrá sucedido por el camino. ¿Ladrones?. ¿Se habrá caído del caballo?", decenas de conjeturas bailaban en la cabeza de la egipcia.
_ ¿Algo le habrá sucedido, entonces? _ se intranquilizó Matilda.
_ Nada, nada. Seguramente no encontró al doctor Medina y se quedó en la casa esperándolo. Ya llegará, usted alimente a su niño y descanse que yo le prepararé una rica infusión de hibiscos que la refrescará _ le dijo con afecto tratando de distraerla.
En ese momento el Marqués entró intespestivamente, sudoroso y rojo como el granate.
_ ¡Querida!, ¿cómo te encuentras?. ¡Perdón, perdón! Me retrasé porque..._ enmudeció repentinamente al ver a su hijo prendido al pecho de su mujer.
Emocionado, se arrodilló junto a la cama y tomando la mano de su mujer se permitió llorar.
Talibah, respetando la intimidad de la pareja, salió silenciosamente de la habitación. En el pasillo se topó con el doctor Medina.
_ Por lo que veo, todo salió a las mil maravillas. ¡Buen trabajo Talibah! _ la felicitó. Ella se limitó a sonreír.
_ ¡Cuánto lamento no haber llegado a tiempo!_ continuó Medina _ Tuvimos un ligero contratiempo. Ejem,estábamos ya en camino cuando me atacaron unos horribles retorcijones de panza que nos obligó a regresar a mi casa. ¡Le dije a Manuela, mi cocinera, que no le agregue pepino al gazpacho. El pepino me produce diarrea con una imperiosa necesidad de despedir gases. Te cuento esto porque a pesar de mis infinitos conocimientos médicos no he podido curar mi mal y como la Marquesa me ha comentado que las plantas no tienen secretos para ti..._ se interrumpió interrogándola con la mirada, unos ojos oscuros, pequeños y calculadores detrás de unos anteojos de marfil.
_ Unas compresas calientes sobre el estómago y una té de manzanilla le calmarán el malestar _ Talibah no soportaba al doctor Medina. "Petulante engreído, grave habrá sido su dolencia en esta oportunidad para rebajarse a pedirme consejo", concluyó satisfecha. Luego, sin mediar más palabras, dio media vuelta y bajó con rapidez las escaleras. Escuchó que el médico le gritaba:
_ ¡Prepárame entonces un té de manzanilla!
"¡Espera sentado, insignificante pelafustán!", rabió sin la más mínima intención de obedecer su demanda.
Mientras preparaba el té rojo para Matilda en la cocina, el pensamiento de Talibah voló hacia el búho blanco. Cientos de leyendas, para ella muchas con asidero legítimo, inquietaron su espíritu.
Sobre todo recordó una que siempre le narraba su madre.
"Un búho con su nido cerca de una casa está anunciando la presencia de espíritus malignos. Nunca olvides hija mía que estas aves son fieles mensajeros de las brujas, por eso mismo, si escuchas su ulular durante el nacimiento de un crío tendrás por seguro que éste será discípulo del Leviatán".
"Imposible, ese pedacito de carne rosada es un angelito que ha llegado para traer felicidad a mi niña. Ella se lo merece, ¡es tan buena y generosa!", sacudió con fuerza la cabeza como queriendo echar fuera de ella semejantes pensamientos y se dedicó a servir en una copa de cristal repujado el refresco de hibiscos de una intensa tonalidad carmesí.
Distraída a causa de sus pensamientos oscuros, volcó la jarra que contenía el resto de la bebida. El estrépito que provocó la jarra al estrellarse contra el piso de piedra la conmocionó.
Se quedó tiesa, rígida como una estaca mirando el charco que se formó a sus pies. El líquido rojo poco a poco, lentamente, fue espesándose. De repente ya no era una infusión de hibiscos sino ...¡sangre!





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